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Alicia Delibes

La globalización de la palabra

En el mundo de la educación, cuando alguien quiere asegurarse el buen recibimiento de una idea o sugerencia, siempre invoca el nombre de Federico Mayor Zaragoza. Este “reflexionador” de la educación, como gustan llamarle algunos de sus más ilustres admiradores, es uno de los grandes artífices de los “valores de la LOGSE”. Siempre se mostró entusiasta de la llamada escuela “comprehensiva” y, desde su puesto como Director General de la UNESCO, alentó la idea de prolongar la enseñanza “igual para todos” hasta el final de la secundaria, es decir hasta los 18 años.

Pues bien, en el último número de la modesta revista quincenal de la Universidad Complutense de Madrid, La Gaceta Complutense, se puede encontrar una halagadora entrevista con Mayor Zaragoza en la que el ex director de la UNESCO confiesa al entrevistador que su vida sufrió un cambio radical cuando en 1956, a los 22 años, visitó una residencia de subnormales: “A partir de ese momento decidí que yo me iba a dedicar a la gente”.

Según el periodista ese filantrópico deseo llevó a don Federico a aceptar el nombramiento de rector de la Universidad de Granada en 1968, un cargo que ejerció hasta 1972. Lo que su entrevistador no dice, quizás porque lo ignora, es que en aquellos años los rectores de las 12 únicas universidades españolas eran nombrados directamente por el Jefe del Estado, es decir por el Generalísimo Franco, y que sin una demostrada adhesión al régimen no había posibilidad alguna de acceder a tan alta jerarquía.

Probablemente fue su abnegada dedicación al cargo en aquellos duros años de revueltas estudiantiles lo que hizo a Mayor Zaragoza merecedor del nombramiento, por el gobierno de Carlos Arias Navarro, de subsecretario de Educación en 1974.

Con el gobierno de la UCD, Mayor Zaragoza fue Ministro de Educación y desde 1987 hasta 1999 ha ocupado la dirección general de la UNESCO.

Supongo que de su experiencia como “reflexionador” de la educación y de sus contactos internacionales nació la idea de crear la Fundación Cultura de Paz que actualmente preside. El objetivo de esta Fundación es “cambiar una cultura de guerra, de violencia, de imposición y de fuerza, por una cultura de entendimiento y de diálogo”. Se trata, según su presidente, de resolver los conflictos “a través de la conversación”.

En esta entrevista de La Gaceta, Mayor Zaragoza se refiere también a la globalización como una gran trampa, ya que realmente “lo único que se ha globalizado es la miseria”. En ningún momento el entrevistado intenta disimular su desprecio por los norteamericanos que “no han firmado ni tan siquiera la Convención de los Derechos del Niño. (…) No han firmado la Ley del Mar, no han firmado el Derecho a la Nutrición, ni el Tribunal Penal Internacional”.

Sin embargo, a pesar de vivir en un mundo, hoy día tan alejado de esa “cultura de la paz” que debería imperar, Mayor Zaragoza se muestra optimista. Las movilizaciones del pasado 15 de febrero contra la guerra fueron para él la demostración de que existe otra forma de actuar, es lo que llama “globalización de la palabra”.

Curiosamente me he topado con esta entrevista a Mayor Zaragoza en estos primeros días de la guerra cuando más cansada me sentía de aguantar tanta hipocresía, tanta falacia, tanta mentira y tanta irracionalidad y buscaba palabras que me permitieran definir el hedor que se desprenden todas estas actitudes pacifistas, “solidarias” e intolerantes que pasean desde el 15 de febrero los “globalizadores de la palabra”.

Y es que quienes disfrazan de amor a la humanidad su desinterés por el individuo o quienes se vanaglorian de haber entregado su vida al bien de los demás son muy difíciles de desenmascarar. Se han protegido de una tal coraza de bondad y filantropía que uno no es capaz más que de percibir ese desagradable olor a podrido que despiden.

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